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Ay, que miedo!

Estaba esperando a Andrea en la plaza central de Santa Cruz, es una plaza cuadrada sombreada por unos árboles grandes y con mucho movimiento de gente. De repente oigo un silbidito y alguien me dice: esmoky yoin? Le hago una seña y se sienta a mi lado.
-          ¿Quieres marihuana amigo?
-          La verdad es que no. Pero me ha sorprendido mucho que me lo dijeras en inglés ¿Tengo cara de gringo?
-          No amigo, si yo no sé inglés. El tema es que los policías tampoco y así no se enteran.
El chaval de unos 18 años se hace llamar pajarito. Es pequeño como la mayoría de los bolivianos, un tipo muy simpático que nos indica donde comprar artesanía barata.
Volvemos a la furgo. La tenemos aparcada en un lateral de la plaza y nos encontramos con un 4x4 con matrícula francesa estacionado a nuestro lado. Al rato aparece George. Es un gitano francés que vive en Texas. El hombre puso un negocio de crepes en Austin y después de dos años trabajando a tope ya no necesita hacerlo más en su vida. Tiene 50 años y parece que lleva sin hablar unos cuantos meses porque enseguida nos sienta a una mesa y empieza a narrarnos su aventura. Este tío compró su movilidad (coche en boliviano) en Alemania. Se la llevó a Texas desde Francia y ha llegado aquí atravesando la selva amazónica. No nos recomienda esa ruta. Tardo 2 semanas en recorrer unos 1500 km y solo se encontró con una pareja, más locos que él ya que estaban haciendo el camino corriendo y tirando de un carrito. Al parecer tuvo que reparar algún que otro puente para no quedarse allí para siempre. Ahora estará rumbo a Santiago de Chile porque ha quedado allí con su mujer, hace tres meses que no la ve y da la impresión de no tener muchas ganas de hacerlo.
Un imprevisto nos hace quedarnos en Santa Cruz durante una semana. Andrea se ha puesto mala, tiene sinusitis. El seguro (bendito) nos manda a una clínica. Resulta que es la más cara de la ciudad. Conseguimos aparcar la furgo cerca de la entrada y la convertimos en nuestro cuartel general. Usamos su baño, la sala de espera se convierte en nuestro salón, y los caramelos de la entrada en nuestra merienda preferida. A veces la situación se torna algo incomoda. Estoy en la sala rodeado de dolientes y me entra la risa floja al leer los mensajes que me van entrando en el whatsApp, levanto la cabeza y están todos mirándome y seguramente preguntándose qué hace este hippy canoso descojonado en un hospital. Porque mala pinta tenemos ya que no nos dejan usar la ducha.
Debido a la larga estancia en este lugar hemos puesto en práctica la parte fácil de nuestro plan de generar dinero. Hemos comprado bastante artesanía y nos han enseñado que no es tan difícil hacer algunas cosas si sabes lo que hay que comprar y donde está el mayorista que lo vende. Confeccionamos nuestra lista y nos vamos para la tienda que está a dos manzanas de la clínica. Cuando ya vemos la tienda se para un coche al lado nuestro. Se identifican como policía secreta dicen que están buscando a unos argentinos o chilenos que acaban de robar en la oficina del Ayuntamiento y muestran un carnet. Lo cierto es que no se ve un carajo y Andrea con intención de acercarse el carnet para verlo mejor lo agarra.
-          ¡Pero señora que hace!
-          Es que no se ve nada y quiero verlo.
-          Pero si me ha intentado quitar el documento – y sale del coche, es un tipo grande y gordo. Y lleva una gorra que pone policía.
-          Yo no quería quitárselo le digo, solo leerlo.
-          Suban al coche que les vamos a llevar a la comisaría.
Andrea no accede a subir pero yo que soy más inocente me meto, y ella se acaba metiendo conmigo. En principio no arranca y nos pide los documentos. Andrea le muestra su DNI, yo que no llevo nada, le digo que lo tengo en la furgoneta.
-          Y cuánto dinero llevan porque los asaltantes se han llevado dinero. Se han llevado muchos dólares – sigue el “policía” – a ver, muéstreme el dinero.
Andrea se pone a rebuscar en el bolso, está nerviosa y el supuesto policía lo nota.
-          ¿Por qué está usted tan nerviosa? ¿Está usted ocultando algo?
-          No yo solo estoy buscando el monedero para enseñarle el dinero que llevo.
-          Traiga acá el bolso, que lo voy a revisar ¿No llevará algún arma? Démelo.
Andrea le da el bolso y lo empieza a revisar.
-          Échese para atrás que me está poniendo nervioso señora ¿Qué está ocultando que se mueve tanto?
Y sigue sacando el contenido del bolso. Por fin saca el monedero y cuenta el dinero. Unos 50 dólares y algunos bolivianos.
-          ¿Esto es todo lo que tiene señora?
-          Sí.
-          ¿Y usted? Deme lo que tenga en los bolsillos.
Le doy mi cartera, el teléfono y la llave del coche. Cuenta el dinero, hay 900 bolivianos.
-          Y en su movilidad cuánto dinero llevan ¡díganme la verdad porque la vamos a registrar!
Andrea titubea y yo le digo que tengo unos 150€.
-          No me estarán mintiendo, vamos capitán, vamos a registrar su movilidad.
Le explico dónde está la furgoneta y arranca el coche. Toma una dirección equivocada y se lo hago saber. Así un par de veces, yo ya tengo el corazón en la garganta.
Por fin llegamos a nuestra movilidad y estacionan 50 metros delante.
-          Usted señor me va a acompañar y la señora se va a quedar aquí.
-          Vale que le acompaño pero ella no se queda en el coche.
-          Bueno pues que se siente en la acera aquí. A su movilidad solo vamos usted y yo.
Ya en la furgoneta me insta a que le enseñe el dinero, le ofrezco mis documentos pero no los quiere mirar, solo quiere ver el dinero. Saco la cartera donde lo tengo y se la muestro. La recoge saca el dinero y lo cuenta. Me la da otra vez y me dice que ahora se la enseñaremos al capitán pero que primero le diga dónde está el dinero de la señora. No tengo ni idea y así le digo. Total que hace venir a Andrea y se repite la conversación. Al final le convencemos que los únicos dólares que tiene son los que le enseñó en el coche.
-          Vale, usted venga conmigo y traiga su dinero.
Volvemos al coche y me hace entrar de nuevo, esta vez solo. Arranca.
-          ¿Dónde me llevan?
-          Aquí al lado, no se preocupe.
A dos manzanas estaciona en un lado.
-          Deme su cartera que le vamos a mostrar al capitán.
Se la doy y empieza a sacar el dinero y todos los papeles que llevo dentro. Todo esto ellos en el asiento de delante y yo atrás. Le enseña el dinero al otro y el otro pone el brazo entre los dos asientos como para tapar. Hace como que mete el dinero en la cartera pero se lo tira al regazo. Como lo he visto, miro alevosamente donde ha tirado el dinero. El otro ya me estaba devolviendo la cartera.
-          Espere capitán que se me ha caído dinero.
Lo vuelve a meter en la cartera. Siguen haciendo movimientos raros y de repente me dice:
-          ¿Dónde tenía usted la cartera?
-          En el bolsillo.
-          Pues ahí la voy a dejar.
Y me mete él la cartera en el bolsillo. Yo que no soy tonto le contesto.
-          Que sepa usted que voy a revisar la billetera antes de salir del coche.
-          ¡Cómo! ¡Qué cree usted que le estoy robando! Deme que le voy a enseñar.
Y vuelve a sacarme la cartera del bolsillo y a hacer movimientos raros. En esto el compañero arranca de nuevo. Me quejo. Me dice que estaba mal estacionado y vuelve a parar unos metros más adelante. Por fin me devuelve la cartera y yo la reviso delante suyo, está el dinero, y me bajo del coche. Del susto que llevo se me olvida mirar la matricula. Vuelvo con Andrea.
-          ¿Qué ha pasado?
-          Que han intentado sacarnos todo el dinero.
-          ¿Tú crees que eran policías?
-          Yo creo que no ¿y tú?

-          Yo creo que tampoco.

Policias

Las carreteras en Bolivia están bastante bien, las asfaltadas por supuesto, claro que hay cuatro. La gran pega que tienen es que están llenas de controles policiales, y siempre te tocan las pelotas. En el primer control se nos suben a mirar, en el siguiente el tipo dice que nos falta el permiso de traslado ¡Y ese papel no existe!
Por fin llegamos a Santa Cruz. La ciudad más rica de Bolivia. Localizamos el centro, que no es poco en el caos circulatorio y cuando estoy frente a la catedral para girar a la derecha se me cruza uno y me deja parado en medio del cruce. Cuando voy a arrancar ya se ha puesto el semáforo en verde para los del otro sentido y dejo pasar a los dos únicos coches que venían. Por supuesto unos policías me han visto y me mandan acercarme a la acera.
-          Buenas Tardes, agente.
-          Buenas, podría enseñarme su carnet de conducir.
-          Por supuesto – se lo doy.
-          Usted se ha saltado el semáforo impidiendo la circulación de las otras movilidades. Eso es una infracción.
Por supuesto le explico que yo lo he pasado en verde y todo lo que ha pasado, pero que si quieres arroz catalina. El tío sigue con lo de la infracción y me mete a un compañero atrás en la furgoneta para llevarme a no sé dónde. Éste me sigue contando que me van a secuestrar el vehículo y no voy a poder sacarlo hasta que pague la multa, que son 180 bolivianos, y como los bancos están cerrados vamos a tener que buscar hotel porque no se puede pernoctar dentro de la furgoneta si esta está bajo custodia. Vamos que le daría con el hacha en la cabeza allí mismo y me marcharía picando rueda hasta el siguiente país. Pero no, Andrea se sienta a su lado y con su simpatía característica le explica que vivimos ahí, que vendemos artesanía. Le enseña la furgo, le abre todos los armarios. El polizonte se ve atrapado su juego y me manda parar en una plaza. No vayamos a llegar a la comisaría sin haber cerrado algo.
-          Señora, yo preferiría hablar con el conductor que es el que le ha cometido la infracción.
-          Habla conmigo, tranquilo ¿tú tienes novia?
-          Sí – y el madero (policía) le enseña la foto en el móvil.
-          Púes es muy guapa. Si quieres yo te regalo unos pendientes que la van a encantar.
Al final se lleva los pendientes y tenemos que volver al lugar para que el compañero se lleve otros para la mujer.

Pero todo esto en un ambiente de lo más amigable. De hecho estamos durmiendo en el parking de los coches secuestrados y nos dejan la ducha. 

Bolivia mola

La frontera entre Paraguay y Bolivia por la que te lleva la transchaco se llama Infante Rivarola. No hay nada, solo un par de casetas cada una para las oficinas aduaneras correspondientes. En el lado paraguayo es un trámite muy sencillo. Cuando nos atendieron los bolivianos empezaron a buscar fallas en mi documentación y a revisar la furgoneta. Por fin el funcionario encontró una falla, al parecer mi seguro no vale en territorio boliviano, eso dice él, porque yo cuando lo contraté le pregunte por ello al agente y me aseguró que sí.
-          No le puedo dejar pasar sin seguro.
-          Pero si aquí pone que vale para todos los países del Mercosur.
-          Si, pero Bolivia no es. Solo está en el Mercosur en calidad de invitado.
-          ¿Y donde puedo hacer el seguro?
-          En Villamontes o en Paraguay.
-          Pero en Paraguay tendría que volver hasta Asunción, no me podría dejar ir hasta Villamontes y lo soluciono allí, que esta solo a 60 km.
-          Ya se lo he dicho, el riesgo de que usted se accidente correría a cargo de la aduana y nosotros no estamos dispuestos. Aunque tal vez si dejara una garantía…
Ahí está, ya me ha pedido dinero.
-          ¿Y cuánto puede ser esa garantía?
-          Pues no sé, valore usted lo que le costaría volver a Asunción. Si no tiene bolivianos le acepto guaraníes.
Le ofrezco 25.000gs y me los devuelve diciéndome que es muy poco y que no agarran menos de 100.000. Por fin una rápida intervención de Andrea encauza la situación.
-          Más dinero no tenemos pero yo vendo algunas artesanías a lo mejor te podría dar algo para que regales a tu novia o a tu madre.
-          Tráigalas a ver.
Cuando abre el maletín en policía se relame. Agarra una bufanda y Andrea le dice que se la quede. Sintiéndose seguro también agarra dos pulseras más. Acto seguido imprime un papel y me dice que me da 30 días de permanencia en el país pero que los puedo renovar en cualquier oficina de aduanas por 180 más. ¡Ya no necesito seguro para circular por Bolivia! ¡Que hijos de puta¡ Eso sí, nos ha salido por el equivalente de 15000gs.
Tenemos que hacer otro trámite aduanero a 10 km. Paramos a lado de la oficina y esta vez no nos piden nada, rellenamos un formulario y nos sellan sin problemas. A la salida nos aborda un militar y casi nos impone que llevemos a una persona hasta Villamontes. Es un chaval, se llama Raul, tiene 19 años y trabaja en una petrolera. Nos lleva por un atajo que resulta ser la una carretera casi acabada y abandonada cuando solo quedaba echar la última capa de asfalto. La mayoría del asfalto ha desaparecido pero queda una buena pista, ancha, sin baches una delicia después de lo sufrido. El chico es muy simpático y hablador, nos indica donde podemos dormir en el pueblo y nos guía hasta el sitio. Quedamos con él para cenar en una hora. Yo creía que no iba a aparecer pero si lo hizo y encima nos invitó a cenar. Nos bebimos 4 litros de cerveza entre los tres y acabé cantando Julieta Benegas en un karaoke, apoteósico.
Al día siguiente cuando bajo de la furgoneta descubro Villamontes, un pueblo bastante moderno, con todas las calles asfaltadas, una plaza llena de esculturas y muy limpia. Después de dar un paseo por el mercado y bebernos todo tipo de zumos para aplacar la resaca volvemos a la furgo. Resulta que la noche anterior se me había presentado el dueño del restaurante frente al que estábamos aparcados. Este es Charly, y tiene una niña de seis años que lo acompaña que se llama Glenda.
Glenda:
-          ¿Eso es una casa rodante?
-          Si, ¿quieres verla?
-          Pues claro.
-          Ahh, que bonita, papi yo quiero tener una. – Y pone ojitos de súplica.
-          Esto es algo que te lo tienes que comprar tú cuando seas mayor. – Le digo.
-          Tiene razón el señor cuando seas mayor te compras una. – Interviene Charly.
Al rato de estar hablando con ellos Charly se ofrece para enseñarnos “el angosto” este es un cañón que forma el rio Pilcomayo. Por su puesto aceptamos y a partir de ese momento se convierte en nuestro guía. Pasamos las siguientes cinco horas con ellos dos, como si nos conociéramos de toda la vida. Nos cuenta que estamos en la parte más rica de Bolivia, de donde se saca el gas. Que es una zona caliente porque por aquí sale toda la cocaína que va a Argentina pero que en cambio es una zona muy segura. El angosto es increíble, un tajo en medio de una sierra escarpada por donde escapa el rio, águilas y halcones por todas partes, un mono cruza la carretera delante de nosotros. Donde el rio forma unas pozas grandes hay un poco de playa. Bajamos y contemplamos a los pescadores de sábalo tirar la red, porque hay que pescarlo con red ya que no muerde el anzuelo.

Apenas treinta y seis horas en Bolivia y ya nos ha sacado el dinero la policía, nos han invitado a cenar, hemos salido de juerga y encima nos han paseado. Bolivia mola.

TransChaco

Casi dos terceras partes de Paraguay es El Chaco. En esta región tan extensa vive un 2.5% de la población. Los árboles no son muy altos pero al ser plano te impide tener una vista general del paisaje, el horizonte te lo da la carretera, una recta que te atrapa.
Después de haber pasado un par de días a la orilla del lago Ypacari haciendo de perro flauta al lado de los bomberos decidimos tirar para Bolivia. La verdad pese a las advertencias pensaba que la cosa no podía ser tan distinta a lo que veníamos viendo hasta ahora. Al cruzar el puente del remanso atardecía, una calima le servía al sol para ocultarse y lo teñía de naranja. No vimos más hasta que amaneció al día siguiente. El suelo es arena de playa y en los claros lo cubre un pasto seco y duro. El bosque es espinoso y con poca hoja, impenetrable. Solo te queda mirar para adelante. Y más te vale porque hay unos baches que parecen cráteres de misil. Tú vas por una carretera ancha, de ida y vuelta, ni una curva, a cien vas perfecto. De repente un bache que ocupa todo tu carril y parte del contrario ¡Y cabes dentro! Vamos que como te descuides rompes algo seguro. Así llegamos a Filadelfia.
Hacía cosa de un mes estábamos en Aristobulo del Valle, Misiones, Argentina. Allí en un camping en el que nos refugiamos del frio conocimos a Bernhat y Annegret. Llevaban una motorhome enorme y nos la estuvieron enseñando. Estos señores viven en Filadelfia. Según paramos en la oficina de turismo apareció él en una motillo. Nos invitó a que aparcáramos en su jardín y a que usáramos su baño. Resulta que en este lugar hay unas colonias Menonitas y nosotros estábamos en la más grande de todas alojados en casa de unos de ellos. Y muy bien. Esta gente ha creado un pequeño oasis europeo polvoriento en medio de un sitio muy jodido para vivir. Es una historia muy interesante la suya, vinieron huyendo desde Rusia, Canadá o Alemania a principios del siglo XX y viven en medio de Paraguay y hablando alemán. Pega poco pero se lo montan bien. Tienen un nivel económico mucho más alto que el resto del país viviendo probablemente en el sitio más duro. Estuvimos dos días en casa de unos desconocidos y nos trataron como a reyes. Una gente muy especial estos menonitas. Les estoy muy agradecido.
Nos esperaba la recta destrozada que es la transchaco. Siete horas para hacer 115 km. Casi todas en silencio, cencentrados la carretera, algún: cuidado! Vaya pozo! Te ha gustado esa, eh? Pero nada más. El asfalto aparecía y desaparecía haciendo que la vía esté llena de huellas muy profundas, hoyos, pedazo de asfalto suelto. Un infierno.

Ahora estamos en un campamento de camioneros a 150 km de Bolivia. Lo mismo nos quedan dos días para llegar.