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Contacto con Paraguay

El día que llegamos a Paraguay fue un día especialmente malo. No sé si por los nervios, porque se me hacía de noche o qué era, Andrea y yo estuvimos todo el camino discutiendo. Más de 500 km, agotador. Cuando cruzamos la frontera la tormenta se apaciguó. Cenamos en Encarnación y nos encaminamos hacía Trinidad, a 30 km. Por supuesto ya era de noche, y aquí las noches son muy oscuras, nada que ver con Europa, realmente no se ve un carajo y todos los monstruos de tu subconsciente se hacen realidad. El mal día no había acabado y al salir de la ciudad en una loma de burro que por supuesto no vi se cortaron las cinchas con las que sujeto la cama y se cayó encima de los muebles. Parada en la negrura más absoluta, caja de herramientas, chapuzas por doquier. Todo mientras vigilaba cada ruido exterior, cada mala persona que pasaba a nuestro lado. Porque cuando está oscuro todos son malos, aunque no lo sean. A la hora ya tenía reparado el estropicio y seguimos camino. Llegamos a Trinidad, un pueblito que tiene como atracción turística unas ruinas jesuitas. Justo al lado de las ruinas pudimos aparcar con acceso al baño del punto de información. Parecía que nos podíamos relajar cuando Andrea que estaba buscando ropa me dice que se había hecho sangre. Parecía que la habían roto la nariz, se le había caído una tapa de un arcón y le hizo un siete tremendo en la napia. Al cabo de un rato por fin pude cerrar los ojos y dar por finalizado el día.
Con la luz todo cambia. La gente sonríe y es muy amable.
 Algo sorprendente aquí es el dinero, yo saque del cajero un millón y medio de guaraníes, no llega a 250€. No quiero ni pensar lo que te pedirán por una casa.
En cuatro días que llevamos hemos conocido a tres paraguayos. Doña Irene, una señora propietaria de una posada que nos dio de comer gallina (pechugona la llamaba ella) con salsa y arroz, y cuando habíamos acabado siguió sacando cosas para que probáramos con unos nombres muy extraños, todo a base de mandioca y queso, no reventamos de milagro. Nos contó que ella con sus hijos pequeños se había ido a Buenos Aires a vivir, pero cuando los tuvo creciditos se volvió. Que tenía unas tierras y sus hijos las querían vender pero a ella no le daba la gana por eso decidió que las iba a hacer funcionar. Y ahí vive en un caserón que es posada y restaurante. Con setenta y tantos años una anciana rebelde. Y tendrán que ir a buscarla porque ella no se vuelve.
Nacho trabaja en las ruinas jesuitas de San Cosme y San Damián. Muy bonitas por cierto. Se encarga de la sala de proyecciones y del telescopio. Con el hemos tenido grandes charlas sobre los mitos guaraníes, y sobre las estrellas, hemos visto Saturno con aros y todo y ha intentado enseñarnos algunas palabras en guaraní. Sin éxito. Por supuesto nos ha contado su vida, y yo casi me apostaría la mía a que acaba siendo el alcalde del pueblo.
Él nos dijo que podría ser interesante que nos acercáramos a la represa que hay en el Paraná a unos 15 km del pueblo, allí hay una reserva natural. Cuando llegamos lo único que se veía era un dique con una caseta a la entrada que parecía abandonada. Ya que estábamos allí me asomé a la caseta, y allí arrepanchigado estaba Don Eduardo Morel. Los dos pusimos cara de vergüenza, yo por indiscreto y el por tirado. Pero se rehízo enseguida, salió y me dio la mano.
  • -          Hola señor, qué ¿paseando?
  • -          Si, nos habían dicho que esto es una reserva. ¿Se puede pasar?
  • -          No, está prohibido el acceso. Pero si quieren vamos caminando un rato.

Total que pasamos una hora y media paseando por el dique acompañados por este guardia que nos hizo de guía y nos enseñó patos, dorados, una duna en el horizonte, donde queda Argentina, lo que trae la crecida. Nos insistió mucho que a él le gustaba pescar pero allí estaba prohibido. Se nota que le gustaba porque veía los peces debajo del agua y no era precisamente cristalina. Yo le decía que sí que lo veía, y Andrea también, seguro que estaban ahí. Nos dijo que si podía nos prepararía un pescado por la noche, pero no nos encontramos. Cuando nos íbamos llegaba una motillo con un chaval y una abuela. Se metieron por lo prohibido, yo creo que iban a pescar. Don Eduardo no les dijo nada. Un personaje muy interesante.

Esto en tres días, pinta divertido. Ya os contaré.








Carpintero y ciruja

Me he ido de Buenos Aires después de casi seis meses viviendo aquí. No me he ido muy lejos, a 100 km pero ya no me para nadie, la voy a llevar clavada por donde quiera que vaya, para lo bueno y para lo malo.
Vine aquí como primera etapa de un viaje que iba a empezar enseguida. La primera etapa del viaje empezó a los tres meses de estar aquí, nos fuimos 20 días. Ahora después de casi otros tres meses mi viaje VA A EMPEZAR. Y VOY A CUMPLIR 40. Y estoy un poco asustado, mayor, gordo, ilusionado, emocionado.
La furgo no anda bien del todo, la llevé a un mecánico que me mandó a otro, que me mandó a la Renault. En la casa me dieron hora un lunes y me dijeron que esa misma tarde me decían lo que le pasaba. El miércoles, en la última conversación con la casa me dicen que no tienen ni puta idea de que le pasa, ni esperanzas de saberlo por lo que si quiero me la puedo llevar sin que me cobren nada, me la llevé el viernes. Esta gran operación me lleva casi dos semanas y ninguno me supo decir nada. Anteayer la llevé a otro sitio para que me cambiaran el aceite. Le pregunté al mecánico si me podía quedar mientras lo hacía, aquello se convirtió en una clase magistral de 4 horas sobre mi vehículo. En principio con un par de aditivos soluciono el problema.
Como he pasado bastante tiempo aquí y no hacía nada más que ir a la carpintería para acabar el interior de la furgoneta (me voy sin conseguirlo) acabé trabajando para la carpintería. De carpintero para Marcelo el rey de Palermo. Fue una cosa muy natural, todos los días allí comiendo con el resto de la cuadrilla, en unas semanas me contrató. Gracias a eso he conocido está ciudad en profundidad, la he patrullado durante horas bajo las indicaciones del rey, he comprado madera, herrajes, hasta he hecho un master en cirujía. Cirujear es recoger cosas de la calle que tengan algún valor, y luego venderlo. Me lo he pasado bomba.
Marcelo es un tipo bajito, regordete, muy simpático, confiable y listo, pero tiene un problema no cumple con el plazo nunca.
Llega una abuelita un día,
-          Marcelo, ¿me arreglaste el estante?
-          No señora, no me ha llegado la madera, vuelva dentro de dos días.
Durante esos dos días Marcelo no para de trabajar pero ninguno en la estantería de la señora, claro que esta vuelve,
-          Marcelo querido ¿qué pasó con mi estantería?
-          Lo siento señora pero no la tengo todavía, yo la llamo, ¿era Lucía verdad?
-          Sí hijo pero házmelo por favor.
-          No se preocupe señora que la semana que viene lo tengo seguro.
A las dos semanas vuelve a aparecer la señora, cuando Marcelo la ve pone cara de espanto, porque no se había acordado de ella desde que se fue la última vez,
-          Mire señora no he podido hacerlo, y no voy a poder, lo siento mucho, aquí tiene la seña que me dio.
La pobre vieja ni abre la boca lo mira con pena y se va. A Marcelo realmente no le interesaba ese trabajo, era poco dinero y aunque fuera poco tiempo él tiene trabajo de sobra y mucho mejor pagado. Cuando vino Doña Lucía cogió el trabajo porque le daba pena, le pasó un precio alto para que ella lo rechazara pero no lo hizo. Ahora un mes después ese precio es barato. Sí, barato porque el dinero ya no vale lo mismo, se llama inflación y la he conocido aquí, es la lacra de este país. Ahora se van los dos jodidos una con pena y el otro con remordimiento.
Esta es una ciudad apasionante, con un caos constante. Aquí cuando quieren protestar, y razones tienen, no se van al ayuntamiento y piden permiso para hacer una manifestación. Se juntan 4 o 10 agarran las bolsas de basura que encuentran y las prenden fuego en medio de la calle. Mientras arden ellos se acercan a una farola y con un palo empiezan a sacudirla como si fuera un tambor. Entonces llega la policía, corta el tráfico y espera hasta que se les canse el brazo. Cuando esto pasa, le dan un par de patadas a los restos del incendio y aquí paz y después gloria, cada uno a su casa y vuelta a la normalidad. A todo esto el resto del barrio ha estado viéndolo desde la acera como si fuera un desfile.
Otra cosa increíble es el tráfico. Y no porque sea malo, que lo es como en cualquier ciudad con muchos millones de habitantes. Aquí hay mucha gente que va en bici, además hay un carril bici con muchos kilómetros. Pero vas tranquilamente en tu bicicleta y de repente te pasa un tráiler con cuarenta coches en el lomo y el susto es tan grande que te dan ganas de subirte a un balcón. Porque aquí los camiones articulados van por el medio de la ciudad, se paran en los semáforos y en hasta en doble fila para sentarse en una parrilla.
Ah, las parrillas. Que invento, si señor para quitarse el sombrero. Una parrilla es una barra abierta a la calle con taburetes en la acera. Son pequeñitas pero espectaculares. Te ponen unos pedazos de carne que tendrían babeando a cualquiera de verlo en foto. Claro que aquí son realidad. Y a mí no me cierran los pantalones desde hace ya un mes, además el vino está muy bueno.

Así que esta ciudad ha quedado clavada en mí, y los argentinos que pueden parecer unos villanos si eres su cliente, realmente son los héroes cuando convives con ellos.