La luna llena ilumina la parte de las calles donde no llega
la luz de las farolas. Son las cuatro de la madrugada y gran parte de la ciudad
de Buenos Aires duerme. Yo voy montando en bici por el barrio de Palermo y aquí
están todos despiertos. Pedaleo en la marcha corta, a paso de persona y observo
como la gente se divierte. La mayoría no llega a los treinta años. Las chicas
van muy guapas, con demasiado maquillaje pero supongo que es la juventud, ellos
les dicen cosas, les hacen reír. Es el juego de seducción que se despliega en
la noche porteña. Le digo hola guapa
a una chica que va a cruzar sin mirar, se sorprende y me sonríe, yo también la
sonrío y sigo mi camino.
No entiendo como los medios de comunicación están todo el
día jodiendo con el tema de la inseguridad. Con toda esta gente en la calle y
lo máximo que pasa es que se peguen un par de borrachos.
Me voy alejando del barullo y la noche me envuelve. Esta es
una ciudad perfecta para montar en bicicleta, es casi plana, sus cuestas no te
hacen esforzar mucho cuando las subes y sí que te dejan bajarlas sin pedalear.
Por supuesto es mucho más gozosa por la noche que de día, con todo el tráfico
infernal. Aunque claro cómo están todo el día machacando con los asaltos, no
hay casi nadie disfrutando una velada como esta.
Sigo disfrutando de la tranquilidad de la madrugada,
pedaleando delante de las casas unifamiliares que son mayoría en capital.
Viendo la luna llena que asoma entre las copas de los árboles. Cuatro
cartoneros están vendiendo su carga a un camión, nos miramos, evaluamos y
descartamos el peligro que podríamos suponer los unos para el otro. En Buenos Aires es muy habitual ver gente tirando de un carro que se va llenando de
cartón, y a estas horas los camiones pasan por distintos puntos para recoger esa
carga y pagar por ella.
Una ligera bajada hace que deje de pedalear, como tiene
arboles grandes me deslizo silencioso en la oscuridad a la sombra de la luna,
soy una brisa nocturna. Al final de la cuadra un taxi para y se baja una chica.
Meto el cambio largo que suena como un chasquido en el silencio de la cuidad,
pero solo lo oigo yo. La chica ni se da cuenta que me acerco, cuando paso por
su lado saco la mano derecha y con un breve tirón me quedo con su bolso. En dos
pedaladas estoy a quince metros, a cincuenta metros escucho el primer grito chooooorro hijo de puta, ayuuudaa, en
seguida llego al final de la cuadra y giro, los gritos se apagan y desaparezco
en la tranquilidad de la noche.