No me acabo de acostumbrar a esta vida de nómada. Siento que
me faltan muchas cosas. Por ejemplo el acceso fácil a la electricidad. Tenemos
una instalación eléctrica en la furgoneta pero solo puedes tener una cosa
enchufada si es de gran consumo. Por supuesto la nevera tiene prioridad, y si
está en marcha solo deja chicha para una bombilla que se apaga cuando arranca
el compresor. Total si quiero usar el portátil tengo que tenerlo cargado de
antemano.
Otra cosa que echo mucho en falta es internet, parece
mentira que esto no existiera
en mi vida hace unos años. Ahora que todo el mundo está conectado y los ves por
la calle chateando o haciendo cualquier consulta, yo me siento del pleistoceno.
Con un móvil que no funciona porque no tengo tarjeta sim de todos los países y
cuando estoy en argentina, que es de donde tengo, no siempre tengo saldo. Por
eso cuando veo un sitio que tiene wifi me pego a la pared y rezo por que sea
gratuita. Aunque solo sea para que se me descarguen los miles de mensajes de WhastApp
de mis colegas y sentir que todavía formo parte de esa vida. Pero sé que no,
que he elegido otra cosa, y que eso tiene un precio. La desconexión. No me
esperaba que me fuera a costar tanto.
Cuando era una persona normal y vivía en una casa muchos
días trasnochaba, ya fuera leyendo, jugando en el ordenador, viendo una peli,
serie, etc. Ahora cuando cae la noche doy vueltas alrededor de la furgoneta sin
saber qué hacer, me metería en la cama a las siete sin problema pero Andrea,
que si sabe qué hacer, me mira como si estuviera loco.
La noche se ha convertido en algo inquietante, lleno de
gente sospechosa y de oscuridad aterradora. El otro día dormimos en un camino a
un kilómetro de la carretera principal. No había una sola luz a menos de
quinientos metros. Hacía mucho viento y caían rociones de agua. Nunca me habría
imaginado lo duro que es eso. Lo solo que se siente uno y el desamparo que te
entra. Realmente por allí vive gente, por supuesto con una casa como dios
manda, pero aun así están en medio de la nada rodeados de la oscuridad. Soy un
blando al lado de ellos, un chico de ciudad asustadizo de los ruidos de campo.
No lo sabía y me estoy dando cuenta ahora. Claro que eso lo voy a corregir y me
pienso convertir en un gaucho puro que es capaz de hacer un fuego con un escupitajo.
Sí que estoy aprendiendo rápido. Hace cinco días fui capaz
de hacer un pisto con un fueguito hecho en un agujero en el suelo. Cualquier BoyScout
no lo hubiera hecho mejor. Eso sí casi me cuesta una sartén que acabo toda
negra por debajo. Pero yo solito encendí el fuego, conseguí que fuera poca
llama y aguanté la hora y media que tardé en hacerlo. Andrea me dijo que estaba
buenísimo pero yo sé que era comible, no más. Ahora sé que para cocinar en el
fuego necesito cacharros de hierro, de los gordos que pesan media tonelada y
que el teflón ni lo huelen, pero no se queman en una hoguera. Claro que todavía
no he visto uno en una tienda y como tenga que encargarlo a un herrero me va a
costar el presupuesto del viaje.
Esa es otra, el dinero vuela. Antes cuando tenía un sueldo sabía
que se reponía a fin de mes. Ahora cada vez que voy al super voy descontando
días antes de la indigencia. En Argentina no tanto pero en Uruguay gastas una
fortuna cada vez que masticas. Por no hablar de la gasolina que está más cara
que en España.
De todas formas esto acaba de empezar y ya me esperaba algo
de dureza. Tonto no soy y miro mucho como hacen los demás. Ayer después de
media hora intentando hacer fuego con madera mojada, con los operarios del
ayuntamiento de Treinta y Tres (Uruguay) mirándome, el jefe de la cuadrilla se
acercó y la prendió en tres minutos. Suspendí el examen y seguro que se fueron
a casa riéndose del cateto de ciudad que estoy hecho pero ahora ya sé cómo y a
la próxima voy a parecer un experto.