Por diferentes avatares del destino estoy celebrando la
navidad en el Hemisferio Sur. Muy diferente de lo que conozco. Hace calor y
esto lo domina todo, como el frío allí en mi tierra se nota en la comida y en
la forma de realizar las tareas.
Son las nueve de la noche y el sol acaba de caer, el sudor
sigue cayendo por la espalda, pegoteadas las manos agarro los prismáticos e
inspecciono el barrio. En el jardín que tengo más cerca un señor acaba de
encender el fuego. Buenos Aires tiene muchas casitas con sus respectivos
jardincitos o patios, aquí los llaman quinchos. En todos los que alcanzo a ver
se lee la misma escena. Hombres adultos dando vueltas mientras el carbón se
hace brasa. No veo a las mujeres pero puedo imaginar que hacen. Como en la hoy
mi casa están preparando ensañadas frías, carnes tipo embutido y muy poco plato
caliente. Nada que ver con lo que yo viví hasta ahora.
Parece que el señor de abajo ya ha echado algún chorizo
porque empieza a oler el asadito. Las mujeres están apareciendo en la escena,
se dejan ver ondeando manteles sobre mesones de terraza, también hay baile de
sillas e incluso un par de niños desafiando el calor que corretean y se llevan
los primeros gritos de madre o abuela.
Es la danza de la mayonesa que empieza a aparecer encima de
los manteles, son todas ensaladas distintas aunque tengan la misma pinta, no
hay ningún pescado y lo único caliente es lo que sale de la parrilla, hoy
alejada al otro lado del quincho, que pega duro el calor y no es para pasarlo mal.
Ya se acaba ese tiempo que no se sabe qué hacer y todos se
van sentando a la mesa, no veo mucho vino tinto, más bien cerveza o gaseosa con
hielo, por ahí sacan algún blanco del freezer o una gancia para empezar.
Y el resto sí que es igual, comer hasta reventar de lo que
haya, beber, esta vez fresquito pero también da para brindar, para reír, en
definitiva para celebrar y para desear una feliz navidad.